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Introducción: entre el polvo y la divinidad
Hasta la Edad Media, el hombre estaba cómodamente sentado en un trono en el centro del universo, desde el cual creía reinar sobre todas las criaturas, creía haberlo hecho desde el inicio de los tiempos, lo que suponía había sucedido unos 5 000 años atrás. Fue a partir del Medioevo, como narra Stephen Jay Gould en Time’s Arrow Time’s Cycle, cuando el hombre inició un doloroso proceso, en el cual, golpe tras golpe, se derrumbarían sus ilusiones de ocupar un lugar trascendente en el universo. Este gran paleontólogo cita a Sigmund Freud, y señala que las principales disciplinas científicas han contribuido a la reconstrucción del pensamiento humano:
El desplome de la confianza que el hombre tenía sobre su supremacía fue provocado por el avance de ciencias como la física, la biología y la psicología, nos dice Gould; habría que agregar a la lista la contribución de la geología y el descubrimiento del tiempo geológico denominado “tiempo profundo”, que privó al hombre de la confortable situación de pertenecer a una Tierra joven, dominada por él. Quedó desamparado en la inmensidad del tiempo, donde la existencia de la humanidad se condensa en una fracción de segundo del último instante. Como bien lo ilustró Mark Twain: El hombre ha estado aquí unos 32 000 años. El que haya invertido cien millones de años en preparar al mundo para él, es prueba de que para eso fue hecho el mundo. Supongo, no estoy seguro. Si la torre Eiffel representara la edad del mundo, la capa de pintura de la esfera en su punta representaría la parte del tiempo en la que el hombre ha existido; cualquiera percibiría que esa capa fue para la cual la torre fue construida. Supongo, no estoy seguro. Una interesante metáfora acerca del tiempo profundo aparece en el libro Basin and Range de John McPhee: la historia de la Tierra equivale a la distancia de la nariz del rey a la punta de su brazo extendido, como la antigua medida de la yarda inglesa. Con frotar una vez su dedo medio con una lima de uñas, borra toda la historia de la humanidad. Valdría la pena recordar que la edad de la Tierra se estima hoy en día en unos 4 570 millones de años, aproximadamente la tercera parte de la edad del universo, estimada en 13 700 millones de años. En 1830, uno de los padres de la geología, Charles Lyell, querido amigo de Darwin, explicó acertadamente la liga metafórica entre el tiempo profundo y la amplitud del espacio en el cosmos de Newton: Las visiones sobre la inmensidad del tiempo pasado, desenmascaradas por la filosofía newtoniana respecto al espacio, fueron demasiado vastas como para despertar ideas de lo sublime, sin que éstas se mezclaran con un doloroso sentimiento de nuestra incapacidad para concebir un plan de tan infinito alcance. Mundos que alcanzan a verse más allá de otros y que se encuentran separados por distancias inmedibles, y aún mas allá, otros innumerables sistemas que apenas se alcanzan a vislumbrar en los confines del universo visible. Para el hombre, cuando observa el macrocosmos, la Luna, el Sol, la Tierra y todo el mundo visible, no es más que un punto insignificante en la enorme cavidad del universo. Y cuando el hombre dirige su mirada hacia abajo, al microcosmos, encuentra otro universo en la infinitud de lo pequeño. En el espesor de un cabello humano cabe un millón de átomos de carbono. Una sola gota de agua puede contener 2 000 trillones de átomos de oxígeno (un 2 seguido de 21 ceros). Más aún, si comparamos unátomo con una catedral, el núcleo no sería más grande que una mosca. Entre estos dos infinitos, el hombre que antes creía dominar el universo, percibe así su insignificancia. En 1900, la autoestima de la humanidad recibe otro golpe con las investigaciones de Max Planck, que conducen posteriormente a la formulación de la mecánica cuántica en 1926, por un grupo de científicos, entre los que se encuentran Werner Heisenberg y Erwin Schrödinger. La teoría cuántica reveló una limitación fundamental
en la capacidad del hombre para predecir el futuro: el universo es probabilístico,
no determinístico
como se pensaba. Es decir, antes del surgimiento de la mecánica
cuántica En la primera mitad del siglo xx, el ego homocéntrico recibe una nueva lección. Ahora son las matemáticas, en especial la lógica, las que hacen su aparición a través del trabajo de Kurt Gödel. Su legado ha tenido un enorme impacto en el pensamiento científico y filosófico. En 1931, a la edad de 25 años, demostró sus “teoremas de incompletitud”, que señalan que ni siquiera en el mundo de las matemáticas es posible que el hombre lo sepa todo. Existen verdades que no se pueden demostrar, y cualquier sistema formal, lo suficientemente poderoso como para hablar de números y operaciones, se verá limitado en algún punto necesariamente. A los golpes al ego humano asestados por la física, la biología, la psicología, la geología y las matemáticas, se añaden los de la computación. Mientras el hombre empieza a soñar con robots y supercomputadoras, en 1936 otro jovencito de 24 años, Alan Turing, publica el artículo “On computable numbers, with an application to the Entscheidungsproblem”, que cuestiona las capacidades omnipotentes del ser humano para resolver problemas. Con este trabajo y otros de Alonzo Church y Stephen Kleene se descubre que ni siquiera con la ayuda de estas sorprendentes máquinas, en apariencia invencibles, el hombre volverá a sentir que reina sobre el universo. A pesar de que existen muchos problemas que se pueden resolver con la ayuda de las computadoras, el universo de problemas sin solución es infinitamente más grande, no sólo para las computadoras del presente, sino aun para las que se inventen en el futuro. En 1965, también en el campo de la computación, un estudio de Juris Hartmanis y Richard Stearns se concentró en cuánto tiempo requiere resolver un problema, independientemente de si éste es computable o no. Es entonces cuando descubrimos que del pequeño mundo de los problemas computables, la gran mayoría está fuera de nuestro alcance, ya que tomaría en resolverse más tiempo que la edad del universo, inclusive con las más veloces computadoras que el ser humano posee y con las mejores que pueda llegar a inventar. Hoy en día nos encontramos muy lejos de la imagen antropocéntrica del mundo que prevaleció hasta el Medioevo, donde el hombre se situaba a sí mismo en el núcleo del universo, con el suelo firme de la Tierra bajo sus pies y las esferas celestes contemplándolo desde su inmensidad, habitadas por Dios y sus ángeles. Pascal, aterrorizado, decía: “El eterno silencio de estos espacios infinitos me llena de temor”. Pero ésta es justamente la grandeza del hombre: ser capaz de observar estos abismos, de estudiarlos, de temerles y maravillarse con ellos. |
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